La Red Invisible: Del Éter al Akasha, de la Lattice al Alma del Mundo

 

Desde el éter ocultista hasta los registros akáshicos, pasando por la teoría sintérgica de Jacobo Grinberg, múltiples culturas han imaginado un campo invisible que conecta y guarda la memoria del universo. Descubre su historia, sus semejanzas y lo que podrían revelar.



A lo largo de la historia, la humanidad ha intuido que existe algo más allá de la materia visible, un sustrato invisible que conecta todo lo existente, desde la piedra más antigua hasta el último pensamiento que cruza por la mente de un ser humano. En cada época y en cada rincón del mundo, esta idea ha tomado nombres distintos, adoptando formas conceptuales que oscilan entre la filosofía, la espiritualidad, la ciencia especulativa y el ocultismo. Lo llamaron éter, lo nombraron akasha, algunos lo describieron como un entramado de información —como la lattice de Jacobo Grinberg— y otros lo veneraron como el Alma del Mundo. Distintos rostros para una misma sospecha, que la realidad está sostenida por un tejido invisible.

En el ocultismo, el éter ha ocupado un lugar central desde que los pensadores griegos lo consideraron el quinto elemento, la quintaesencia que completa a la tierra, el agua, el fuego y el aire. Para Aristóteles, el éter no era un elemento cualquiera, sino el medio que llenaba el universo y en el que se movían los astros. Los hermetistas, siglos más tarde, lo retomarían como una sustancia sutil que no solo sustentaba la materia, sino que servía de vehículo para la energía vital, para la luz astral y para la magia misma. En sus descripciones, el éter era a la vez físico y espiritual, una sustancia que no podía capturarse con las manos ni medirse con los instrumentos de la ciencia de su tiempo.

En las corrientes esotéricas del siglo XIX y XX, este éter se reinterpretó y amplió. Helena Blavatsky y la Sociedad Teosófica lo asociaron al akasha, una palabra tomada del sánscrito que alude al espacio primordial y a la matriz invisible de donde emerge todo lo que existe. Pero mientras que el éter era visto como medio y energía, el akasha adquirió un matiz diferente, el de un archivo universal. En este registro cósmico, según la teosofía, quedan impresas todas las acciones, pensamientos, emociones y sucesos de cada ser, desde el inicio de los tiempos hasta el final. Quien sabe cómo acceder a él, afirmaban, puede leer el pasado, el presente y los posibles futuros. Aquí el tejido invisible no solo sirve de conexión, también guarda memoria.

En México, el neurofisiólogo Jacobo Grinberg desarrolló una teoría que, aunque concebida con pretensiones científicas, toca la misma raíz conceptual. Su teoría sintérgica propone que la realidad que percibimos surge de la interacción entre la conciencia y una estructura fundamental a la que llamó “lattice” o malla espacio-temporal. Esta malla, según él, no es simplemente un campo físico, sino una matriz de información pura, un holograma de posibilidades que la mente interpreta y organiza en lo que llamamos experiencia. En su visión, no hay separación real entre observador y observado, ambos están inmersos en la misma red informacional.

Si el éter es energía, el akasha memoria y la lattice información estructural, el trasfondo común es innegable, todos plantean la existencia de un medio invisible que subyace a la realidad tangible, que la sostiene y, de algún modo, la moldea. Esta intuición no se limita a estas tres formulaciones modernas u ocultistas; atraviesa culturas y tiempos, tomando formas adaptadas a cada cosmovisión.

En la Grecia antigua, los filósofos neoplatónicos hablaban del Nous, la inteligencia cósmica que ordena el universo. En paralelo, la noción del Anima Mundi, el Alma del Mundo, describía una fuerza viviente que penetraba toda la materia, otorgándole vida y coherencia. Los estoicos y hermetistas lo entendían como una especie de espíritu universal, un océano invisible en el que flotan todas las cosas.

En la India y en China, el concepto se asocia más a la energía vital. El prana en el hinduismo y el chi en el taoísmo son corrientes sutiles que atraviesan el cosmos y los cuerpos, circulando por canales invisibles. Aunque su enfoque práctico suele relacionarse con la salud, la meditación y el equilibrio, ambos son descritos como energías omnipresentes que nutren y conectan todo lo que vive.

En el mundo hebreo antiguo, el término rúaj designa tanto el viento como el espíritu y el aliento divino. No es solo una metáfora, en la tradición bíblica, este aliento es el soplo de vida que anima la creación y que se manifiesta como una fuerza que lo llena todo. En el cristianismo primitivo, esa misma presencia adopta el rostro del Espíritu Santo, un campo sagrado y vivificante que se mueve libremente, invisible pero perceptible en sus efectos.

Los pueblos originarios de América también reconocieron un tejido de interconexión. Para diversas culturas nativas, el Manitú o el Gran Espíritu es la fuerza que vincula humanos, animales, plantas, montañas y ríos. No solo es energía, también es memoria, pues guarda el espíritu de los ancestros y sus enseñanzas.

En las tierras del norte de Europa, la mitología nórdica ofrece otra imagen del mismo misterio, el Wyrd, la trama invisible del destino, tejida por las Nornas. En esa red, todos los actos y acontecimientos quedan entrelazados, y su tejido determina el flujo del pasado, el presente y el futuro. No es difícil ver aquí un paralelismo con los registros akáshicos, aunque envuelto en la imaginería mitológica de un pueblo guerrero.

Incluso en tiempos recientes, científicos y pensadores han retomado la idea bajo nuevas formas. El biólogo Rupert Sheldrake propuso la existencia de campos mórficos, estructuras invisibles que contienen la memoria de las especies y guían su desarrollo. Aunque su hipótesis ha sido criticada y no aceptada por la ciencia convencional, el concepto evoca la misma noción de un archivo invisible, resonante con el akasha y con la lattice.

¿Por qué esta idea aparece una y otra vez, en lugares tan distintos y con nombres tan diversos? Tal vez porque forma parte de una intuición humana profunda que nos dice que la separación es ilusoria, que todo lo que existe está tejido en una misma red. O quizá, como sugieren algunos, porque realmente existe un campo de naturaleza aún desconocida que la ciencia futura podría describir con precisión, así como en otro tiempo la electricidad fue una mera curiosidad incomprensible.

Para el investigador de lo oculto, estos conceptos son caminos hacia una práctica más profunda, trabajar con el éter para dirigir energías, acceder al akasha para recuperar información olvidada, explorar la lattice para comprender la estructura misma de la percepción. Para el escéptico, son metáforas poderosas que expresan que todo lo que pensamos y hacemos está conectado por la memoria colectiva y por los vínculos que establecemos.

Entre la fe y la duda, entre la metáfora y la literalidad, lo cierto es que la idea del tejido invisible ha sobrevivido a imperios, religiones y paradigmas científicos. Ha viajado de boca en boca, de mito en mito, de libro en libro, adaptándose y resistiendo, como si fuese parte de un mensaje que la humanidad se repite a sí misma una y otra vez. 

 

Imagen de encabezado creada con Sora IA 

La Red Invisible: Del Éter al Akasha, de la Lattice al Alma del Mundo La Red Invisible: Del Éter al Akasha, de la Lattice al Alma del Mundo Reviewed by Angel Paul C. on agosto 18, 2025 Rating: 5

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