Sasquatch y Batsquatch: Guardianes y Sombras del Misterio
La noche en los bosques de Norteamérica tiene un peso que oprime el pecho. Los árboles, convertidos en columnas interminables, parecen custodiar secretos demasiado antiguos para ser revelados. Entre sus sombras, los pueblos originarios han narrado desde tiempos inmemoriales la existencia de un ser que no es del todo humano ni del todo bestia, hablamos desde luego, de el Sasquatch, el habitante oculto de la espesura.
Décadas después, en el aire cargado de cenizas del Monte Santa Helena, otra figura emergió, el Batsquatch, un monstruo alado con ojos incandescentes que parecía descender de una pesadilla moderna. Una criatura que no guarda las tradiciones de los ancestros, sino que parece alimentarse del miedo contemporáneo.
Ambos seres, uno ligado a la tierra y otro al cielo, representan dos polos del mismo enigma, ¿qué se oculta en los límites de la percepción humana?
Sasquatch: el gigante del bosque
Raíces ancestrales
Los relatos del Sasquatch se hunden en la tradición oral de las tribus algonquinas, salish y haida. Bajo diferentes nombres —Sésq’ets, Bukwas, Skookum— siempre aparece como un ser descomunal, cubierto de pelo, que habita las montañas y los bosques. No era visto únicamente como un monstruo, sino como un espíritu intermedio, un guardián que se movía entre el mundo humano y el reino de lo salvaje.
Su imagen nunca fue uniforme, algunos lo describían como un gigante bondadoso, un protector de la naturaleza, mientras que otros lo pintaban como un depredador peligroso, capaz de devorar a quienes se aventuraran demasiado en la espesura.
La criatura en la modernidad
En el siglo XIX, cuando los colonos europeos comenzaron a explorar la Columbia Británica y el Noroeste del Pacífico, las historias indígenas se fusionaron con los rumores de pioneros y leñadores. El nombre “Bigfoot” (Pie Grande) surgió de las enormes huellas encontradas en barro y nieve, que parecían imposibles de atribuir a un oso común.
El punto de inflexión llegó en 1967, cuando Roger Patterson y Bob Gimlin filmaron en Bluff Creek, California, lo que afirmaron era una hembra de Sasquatch caminando erguida. La breve grabación, temblorosa y granulada, se convirtió en la pieza más analizada de la criptozoología. Hasta hoy, para algunos es prueba irrefutable; para otros, una farsa elaborada.
Expediciones y testimonios
Durante el siglo XX y XXI, cientos de avistamientos, grabaciones de supuestos rugidos y moldes de huellas han alimentado la leyenda. Investigadores como Grover Krantz y Jeff Meldrum han defendido la posibilidad de que Sasquatch sea el remanente de un hominino, quizá descendiente del Gigantopithecus, un simio gigante que habitó Asia hace cientos de miles de años.
La ciencia ortodoxa, en cambio, habla de errores de identificación, fraudes y la sugestión como motores principales del mito. Sin embargo, la persistencia del fenómeno no se puede negar, cada año surgen nuevos relatos que mantienen vivo este misterio.
Batsquatch: la sombra alada
Nacimiento en el desastre
El 18 de mayo de 1980, el Monte Santa Helena en Washington estalló con una erupción devastadora. Entre la ceniza, el humo y los cielos ennegrecidos, algunos testigos afirmaron haber visto una criatura monstruosa, un ser cubierto de pelo, con alas de murciélago que se extendían varios metros, ojos brillantes y un rugido capaz de helar la sangre.
Nació así el mito del Batsquatch, una criatura que parecía la contracara aérea del Sasquatch. Si Bigfoot representaba el misterio terrestre, el habitante de lo oculto entre árboles, Batsquatch era el monstruo celeste, un presagio de caos surgido de las entrañas de la tierra tras la catástrofe volcánica.
Descripción y avistamientos
Las descripciones varían, pero suelen coincidir en su aspecto:
Altura de más de dos metros.
Alas de murciélago, membranosas y oscuras.
Cuerpo musculoso, cubierto de pelo azulado o negruzco.
Ojos rojos incandescentes.
A lo largo de los años, se han reportado avistamientos en Oregón, Washington y hasta en Alaska. Sin embargo, las pruebas gráficas son prácticamente inexistentes, y muchos investigadores lo catalogan más como una leyenda urbana moderna que como una criatura con base histórica.
Interpretaciones posibles
Algunos lo vinculan con el Mothman, el Hombre Polilla avistado en Point Pleasant en los años 60, pues ambos comparten características, alas inmensas, ojos brillantes y una relación con catástrofes. Otros sugieren que el Batsquatch es una invención derivada de la cultura pop de los 80 y 90, un intento de crear un “hermano oscuro” de Sasquatch en pleno auge de su fama.
Dos caras de un mismo enigma
Comparar a Sasquatch y Batsquatch no es un ejercicio casual, ambos representan arquetipos distintos dentro del imaginario humano.
Sasquatch: el guardián del bosque, símbolo de lo ancestral, lo que está más allá de la civilización pero enraizado en la tierra. Su misterio se vincula al pasado, a los gigantes de antaño, a lo que pudo sobrevivir oculto.
Batsquatch: la criatura aérea, un híbrido posmoderno que aparece en el contexto de un desastre natural y un mundo saturado de mitos mediáticos. Su misterio no es arqueológico, sino apocalíptico, evoca el miedo al futuro, al caos y a la fragilidad humana frente a lo impredecible.
Ambos, en su oposición, dibujan la sombra de nuestros temores, uno hacia atrás, a lo que pudo haberse ocultado en la prehistoria; otro hacia adelante, a lo que puede surgir cuando la naturaleza desata su furia.
Efecto cultural
El Sasquatch ha alcanzado un estatus icónico, documentales, mercancía turística, series televisivas y hasta equipos deportivos llevan su nombre. Es un mito vivo que ha trascendido su raíz indígena para convertirse en patrimonio de la cultura popular mundial.
El Batsquatch, en cambio, se mantiene en los márgenes, un mito local que ha inspirado cervezas artesanales, cómics y creepypastas, pero sin alcanzar la universalidad de Bigfoot. Y quizá esa es precisamente su fuerza, se alimenta del misterio inacabado, del relato que apenas circula en susurros de boca en boca.
El Sasquatch y el Batsquatch no necesitan ser “reales” para existir en nuestra psique colectiva. Uno nos hace pensar que el bosque, aunque cartografiado, aún guarda secretos. El otro parece decirnos que, incluso después de la modernidad y la tecnología, seguimos vulnerables a terrores primitivos que pueden alzar vuelo desde el humo de un volcán.
Tal vez no haya huellas ni plumas ni cadáveres que presentar en un museo. Pero sí hay un eco en la mente humana, el miedo a lo que nos observa desde la espesura o desde el cielo nocturno.
En ese eco, Sasquatch pisa firme sobre la tierra, y Batsquatch despliega sus alas. Y ambos nos obligan a preguntarnos: ¿qué monstruos nacen realmente en los bosques y montañas… y cuáles nacen en nuestra necesidad de creer que aún hay algo indomable allá afuera?
Imágenes creadas con Sora IA
