El Extensión del Cosmos: La Mente Holográfica de Itzhak Bentov


 

El ingeniero que quiso medir el alma

En los años setenta, cuando la ciencia soñaba con conquistar el espacio exterior, un ingeniero israelí llamado Itzhak Bentov decidió aventurarse hacia el opuesto, el espacio interior. Físico, inventor y místico autodidacta, Bentov fue uno de esos personajes que logran unir la precisión del cálculo con la osadía de lo espiritual. Su mente, obsesionada por la vibración y la simetría, veía en cada fenómeno físico una metáfora del universo entero.

Mientras otros buscaban teorías para unificar las fuerzas fundamentales, Bentov se atrevió a plantear una idea que parecía salida de un sueño lúcido, el universo entero podría funcionar como un holograma, y la conciencia humana sería uno de sus reflejos más nítidos.

No hablaba de magia ni de religión, sino de mecánica, de resonancia, de información distribuida. En su visión, la realidad no era un bloque sólido, sino una proyección dinámica de patrones vibratorios que se replican a distintas escalas. Lo micro refleja a lo macro, y lo que llamamos “yo” no es más que una pequeña parte de ese tejido universal.

 

Vibración: el lenguaje secreto de la existencia

Bentov partía de un principio simple, todo vibra. Desde el corazón humano hasta las galaxias, todo cuerpo oscila, late, pulsa en ciclos que pueden sincronizarse o interferir entre sí. Según su hipótesis, el cuerpo humano actúa como un oscilador biológico, un sistema que mantiene un diálogo constante con las frecuencias del cosmos.

El latido cardíaco, por ejemplo, no sería solo una función biológica, sino una antena que conecta con ritmos más amplios. En sus experimentos, Bentov estudió cómo la resonancia del corazón genera microvibraciones que viajan por el cuerpo y estimulan regiones del cerebro, especialmente las relacionadas con la percepción. Desde ahí postuló que la conciencia surge del movimiento, no de la quietud, según decía, es el resultado de un intercambio rítmico entre el individuo y el universo.

Este principio recuerda a los antiguos axiomas herméticos: “Como es arriba, es abajo.” Pero Bentov no pretendía repetir misticismos antiguos; los reinterpretaba desde la física. Si todo vibra, y la vibración puede codificar información, entonces cada partícula contiene, en esencia, el eco de todas las demás.

 

 

El universo como holograma

El modelo holográfico de Bentov se inspira en una propiedad del holograma óptico donde cada fragmento de una placa holográfica puede reconstruir la imagen completa, aunque con menor resolución. Aplicado al universo, esto implicaría que cada punto del espacio contiene la totalidad de la información cósmica.

En otras palabras, el cosmos no sería un conjunto de objetos separados, sino una red de interferencias, donde la realidad visible emerge del entrecruce de ondas. Lo que percibimos como “materia” sería solo el punto de coincidencia entre múltiples patrones vibratorios, un instante congelado en la danza infinita del movimiento.

Así, la mente humana no está “dentro” del cuerpo, sino inmersa en el mismo campo de información que estructura al universo. El cerebro funcionaría como un modulador que recibe, decodifica y proyecta porciones del holograma universal. Lo que llamamos pensamiento o percepción sería apenas una franja de esa inmensa proyección cósmica.

Bentov afirmaba que comprender esto podía alterar radicalmente nuestra idea de la realidad, ya que, según su teoría, no somos observadores del universo, sino extensiones de su propio proceso de autoconciencia.
 

 

El puente entre ciencia y misticismo

 Aunque su lenguaje se basaba en conceptos científicos —resonancia, frecuencia, interferencia—, Bentov no temía cruzar los límites de lo convencional. En su obra Stalking the Wild Pendulum describió cómo los estados alterados de conciencia podrían interpretarse como ajustes de frecuencia entre el cuerpo y el campo universal.

Cuando el ritmo cardíaco, respiratorio y cerebral entran en coherencia, el individuo experimenta una expansión de conciencia, una sensación de unidad con el todo. Bentov comparaba ese estado con un fenómeno de fase —cuando dos ondas se sincronizan y producen un patrón nuevo.

Para él, los místicos de todas las tradiciones habían descrito lo mismo con otro lenguaje, la iluminación sería, en términos físicos, una resonancia perfecta entre el microcosmos humano y el macrocosmos universal.

Este puente entre ciencia y espiritualidad fue retomado más tarde por teorías como el Gateway Process de la CIA, y por investigadores como Michael Talbot, que en los años noventa popularizaron la idea del universo holográfico. Sin embargo, Bentov fue uno de los primeros en formularlo de manera coherente, adelantándose a su tiempo y abriendo una grieta entre lo medible y lo inefable. Y claro, no podemos dejar de mencionar las semejanzas de estos conceptos con las invetigaciones de Jacobo Grinberg.
 

 

La conciencia como reflejo del universo

En el modelo de Bentov, la conciencia no es una propiedad del cerebro, sino una manifestación del universo observándose a sí mismo. Cada ser vivo sería una antena, una extensión de la mente cósmica que se pliega sobre su propia información para experimentarla.

Este concepto resuena con la idea cuántica de que el observador modifica lo observado, la conciencia no está separada del fenómeno, es parte activa de su manifestación. Si todo es una proyección holográfica, entonces el acto de observar equivale a iluminar la placa del universo, revelando la imagen que contiene.

La materia, en este sentido, sería la sombra del espíritu, una condensación de energía e información que adquiere densidad por resonancia. Y el alma, esa entidad tantas veces disputada entre religión y filosofía, podría definirse como un patrón vibratorio persistente dentro del holograma cósmico.

 

El espejo del todo

Bentov sostenía que cada célula, cada átomo, cada impulso nervioso, refleja la totalidad. Si el universo es un holograma, el cuerpo humano también lo es, en tal caso, un microcosmos que reproduce la estructura del cosmos. De ahí su obsesión con la geometría interna del cuerpo, con la forma en que el movimiento de la energía vital (o “kundalini”, según su lenguaje más simbólico) recorre espirales semejantes a las de una galaxia.

No se trata de una metáfora espiritual vacía. Para Bentov, esta correspondencia era estructural y funcional, según su postura los mismos principios que organizan el cosmos rigen la fisiología humana. Cuando un individuo altera su patrón vibratorio mediante meditación, ritmo o emoción, está modificando su interacción con el holograma universal.

Así, los fenómenos que la ciencia tradicional considera “paranormales” —percepción extrasensorial, intuición, proyecciones— podrían ser simples efectos de una sintonización más fina con el campo holográfico. No se trata de romper las leyes naturales, sino de comprenderlas desde una escala más amplia.

 

La frontera entre lo medible y lo eterno

El modelo holográfico de Bentov nunca fue aceptado por la comunidad científica, no por falta de lógica, sino por exceso de audacia. Su lenguaje mezclaba ecuaciones y metáforas, y eso siempre ha incomodado a los guardianes del método. Sin embargo, varias de sus ideas encuentran semejanzas en teorías actuales sobre la información cuántica y la estructura fractal del universo.

Donde la ciencia ve partículas, Bentov veía procesos de conciencia. Donde otros observaban vacío, él encontraba vibración pura. Su error —si es que puede llamarse así— fue intentar medir con instrumentos lo que sólo puede experimentarse desde dentro. Pero ese es el riesgo de todo visionario, querer unir el pulso del cosmos con el temblor del corazón humano.

 

El legado de un visionario

Itzhak Bentov murió en 1979 en un accidente aéreo, pero sus ideas continuaron expandiéndose como ondas en la superficie de un lago. Sus libros, redescubiertos en las últimas décadas, han inspirado a investigadores de la conciencia, neurocientíficos y filósofos del paradigma holístico.

Hoy, su visión se reinterpreta a la luz de conceptos como el principio holográfico en física teórica y las teorías de campo unificado de la conciencia. Sin embargo, más allá de su valor científico, su mensaje perdura por su potencia simbólica, "somos proyecciones del universo pensándose a sí mismo".

En un mundo que se desmorona bajo el ruido, Bentov nos invita a escuchar el ritmo oculto que sostiene la existencia, a reconocer que cada pensamiento, cada emoción, es una onda que altera el gran holograma.

 

El universo que nos observa

Imagina por un instante que el universo no está allá afuera, sino dentro de ti.
Que las estrellas no brillan en el vacío, sino en tu conciencia.
Que cada sonido, cada mirada, es la resonancia de una vibración primigenia que jamás se detiene.

Bentov no nos pidió creer; nos pidió sentir la estructura invisible que conecta el corazón con la inmensidad. Nos hizo pensar en la posibilidad de que somos hologramas conscientes, fragmentos del todo que guardan en su interior la huella de lo eterno.

Quizás, al final, el universo no necesita que lo comprendamos.
Basta con que lo escuchemos resonar en nuestra sangre, como un eco lejano del cosmos que nos sueña.

 

 

Hermetismo en la teoría holográfica de Bentov

El pensamiento de Itzhak Bentov, aunque revestido de lenguaje científico y analogías neurofísicas, resuena profundamente con los antiguos Principios Herméticos del Kybalión, ese compendio filosófico atribuido a Hermes Trismegisto que, desde la antigüedad, ha descrito al universo como una manifestación mental y vibratoria.

Bentov sostenía que la conciencia humana es un reflejo fractal del universo, una oscilación dentro de un campo unificado que se autoexplora a través de formas biológicas. El Kybalión, sintetizaba esta idea en su primer principio: “El Todo es mente; el universo es mental.”
Ambas visiones sugieren que la realidad no es un escenario físico independiente, sino un proceso de percepción compartida dentro de una matriz energética inteligente.

Del mismo modo, el principio de Correspondencia (“como es arriba, es abajo; como es adentro, es afuera”) se refleja en la estructura holográfica que Bentov proponía: cada parte contiene el patrón completo del Todo. Así, el cuerpo humano, el planeta y el cosmos serían expresiones a distinta escala de una misma arquitectura vibratoria.

En cuanto al principio de Vibración, Bentov lo abordaba desde la fisiología, afirmaba que el cuerpo entero vibra con una frecuencia natural que puede sincronizarse con patrones cósmicos, generando estados expandidos de conciencia. Lo que para los hermetistas era una verdad metafísica, para Bentov era una dinámica física medible.

Su modelo, por tanto, parece ser una traducción moderna de la sabiduría hermética, envuelta en lenguaje científico para el siglo XX. Bentov no se apartó de la espiritualidad antigua; la reinterpretó a la luz de la neurociencia y la física cuántica, mostrando que ciencia y misticismo quizá nunca estuvieron tan separados como se nos hizo creer.

¿Acaso los antiguos sabios intuían lo que hoy tratamos de demostrar con ecuaciones?
Bentov, con su mente de ingeniero y alma de místico, pareció tender un puente entre ambos mundos… 

 

Imagen creada con Sora IA 

El Extensión del Cosmos: La Mente Holográfica de Itzhak Bentov  El Extensión del Cosmos: La Mente Holográfica de Itzhak Bentov Reviewed by Angel Paul C. on noviembre 15, 2025 Rating: 5

Aviso

Usamos cookies propias y de terceros que entre otras cosas recogen datos sobre sus hábitos de navegación para mostrarle publicidad personalizada y realizar análisis de uso de nuestro sitio.
Si continúa navegando consideramos que acepta su uso. OK Más información