El Inframundo Moderno: Espectros Entre Vías y Vagones
Desde 1969 el Metro de la Ciudad de México late como una arteria naranja bajo el asfalto. Allí, donde la luz solar se extingue y el ajetreo cotidiano genera un murmullo casi hipnótico, decenas de testigos aseguran haber visto algo que no pertenece al horario de servicio, sombras que recorren andenes clausurados, lamentos que se confunden con el chasquido metálico de las puertas, figuras espectrales que suben a un vagón y jamás descienden. No se trata solo de un fenómeno exclusivo de la CDMX, Londres, Moscú, Buenos Aires, Tokio o Seúl comparten la misma cicatriz subterránea. El metro —cualquier metro— es un espacio intermedio, un umbral entre planos donde los vivos se rozan con las presencias etéreas de los que ya no están... o al menos, así parece.
El tramo más largo del miedo: ánimas en Panteones
Quien viaja de Tacuba a Panteones conoce la extraña dilatación del túnel más extenso de la Línea 2. Cuando el tren se adentra en esa penumbra prolongada el pasaje guarda silencio y, según conductores veteranos, muchas veces la radio capta interferencias parecidas a lamentos. La estación Panteones tomó su nombre de los cementerios Alemán, Español, Francés de San Joaquín y Sanctorum, que yacen a metros de profundidad; los empleados narran voces que se mezclan con el viento del túnel y pasajeros han grabado susurros que se escuchan en videos.
La coincidencia geográfica no parece casual, un corredor mortuorio sobrevive bajo el hormigón, y cada noche reclama presencia.
Barranca del Muerto: el vampiro que espera al último convoy
La leyenda del “vampiro” surgió tras el testimonio de un usuario que despertó solo, en la terminal oscura, y vio acercarse una silueta antropomorfa de orejas puntiagudas y ojos amarillos. Cuando volvió en sí ya estaba en el hospital. El relato se viralizó y, con él, una advertencia, "No te quedes dormido en la Línea 7 pasada la medianoche ".
Aunque ningún parte oficial menciona criaturas, conductores confiesan sentir un descenso significativo de temperatura al entrar al cajón de maniobras. ¿Sugestión colectiva o algo más antiguo que el concreto?
Pino Suárez: el trabajador que nunca terminó su turno
Entre Pino Suárez y Zócalo los vigilantes nocturnos temen cruzarse con un hombre de uniforme que camina junto a la vía. Quien le dirige la palabra descubre más tarde, en el archivo de personal, que el supuesto compañero murió arrollado años atrás. El fantasma sigue cumpliendo su itinerario, indiferente a la lógica del reloj, quizá atado a la línea azul por la inercia de la rutina.
La estación Pino Suárez, además, custodia un adoratorio mexica dedicado a Ehécatl, otro recordatorio de que los estratos temporales se superponen bajo los rieles.
Tacubaya y el eco de los gritos
Por otro lado, se dice que entre 1972 y 1973 circuló la crónica de “Rosarito”, la niña que se perdió en Tacubaya y aprendió a sobrevivir entre ratas y cadáveres; la prensa amarilla alimentó la historia hasta que mutó en aparición fantasmal. Hoy los operarios hablan, más bien, de gritos que retumban en los muros cuando el servicio cesa y el tren de inspección recorre el túnel vacío.
Sea un mito editorial o un residuo de tragedias reales, la psico‑narrativa de Tacubaya ejemplifica cómo las leyendas urbanas se adhieren a espacios que ya son, por sí mismos, escenarios de ansiedad colectiva.
ALGUNOS CASOS EN OTROS PAISES
Londres: Aldwych, la actriz que vaga por los andenes cerrados
Inaugurada en 1907 y clausurada en 1994, la estación Aldwych permanece intacta para rodajes y visitas guiadas. Entre sus pasillos se reportan pasos fantasmales y la figura de una actriz victoriana relacionada con el cercano Teatro Strand. Personal de seguridad habla de súbitos descensos térmicos en los niveles donde se guardaban artefactos del Museo Británico durante la guerra.
La estación es, practicamente un plató detenido en el tiempo, un contenedor perfecto para la memoria residual.
Moscú: Metro‑2 y los corredores de gobierno
Bajo la red pública de Moscú supuestamente existe un sistema secreto, D‑6, construido para uso militar y presidencial. Los exploradores urbanos que afirman haber accedido describen túneles a 50 metros de profundidad que conectan el Kremlin con búnkeres en el distrito de Ramenki. La administración guarda silencio, pero la mera posibilidad de líneas ocultas ha generado su propia mitología, máquinas que se mueven sin conductor, sonidos de pasos en estaciones nunca inauguradas, y el rumor de que ciertas zonas del circuito público son desviaciones de un trazado clandestino.
Buenos Aires: los obreros que trabajan desde 1913
La Línea A del Subte porteño conserva un par de estaciones cerradas, Pasco Sur y Alberti Norte. Según la leyenda, dos trabajadores italianos murieron durante la obra y aún se les ve, de madrugada, cuando las luces de los coches parpadean al pasar por ese tramo. Usuarios aseguran distinguir siluetas inclinadas sobre vigas inexistentes, como si el accidente hubiera quedado atrapado en un fotograma perpetuo.
El hecho de circular en antiguos vagones de madera —hasta 2013— amplificó la atmósfera fantasmagórica y despertó un imaginario que hoy es parte del branding turístico de la ciudad.
Egregores urbanos
La parapsicología llama “egregor” a la entidad psíquica que nace de la idea compartida de muchas mentes. Cuando miles de personas al día transitan la misma ruta subterránea, con temor a accidentes, asaltos o aglomeraciones, el estrés genera un caldo propicio para la alucinación colectiva. Pero la hipótesis inversa resulta igual de inquietante, porque tal vez esos relatos persisten porque hay un residuo energético —una memoria del lugar— que se alimenta de la emoción humana, reproduciendo escenas críticas como si el tiempo creara una especie de blucle. En cualquiera de los dos casos, el metro se comporta como amplificador simbólico, donde se manifiestan los miedos urbanos contemporáneos.
Aun sin demonios patentados, cualquier pasajero nocturno reconoce el estremecimiento que recorre el vagón cuando las luces parpadean entre estaciones. Quizás sea un fallo eléctrico; tal vez una ráfaga de aire comprimido. O acaso, en ese instante, un viajero que partió hace décadas pisa el mismo convoy, rumbo a ninguna parte. Así, cada red subterránea del planeta reescribe su propio libro de sombras, un muestrario de presencias que se niegan a firmar el retiro.
Cuando la puerta se cierre y notes un reflejo inesperado en el cristal, recuerda que en el metro, aun los pasillos clausurados tienen memoria. Y la memoria, como los rieles, siempre conduce a algún lugar.
