La Maldición del Cine: Rodajes Marcados por Tragedias
Desde “La profecía” hasta “The Crow”, existen películas cuyo set se convirtió en un escenario de accidentes, muertes y coincidencias inquietantes. Exploramos los casos más documentados, los factores técnicos y psicológicos que pudieron provocarlos, y por qué el público sigue con cierta fascinación la idea de un Hollywood embrujado.
La leyenda tras la pantalla
El cine, desde sus orígenes, prometió a los espectadores un viaje a otros mundos. Pero en algunas producciones, la frontera entre ficción y realidad pareció rasgarse. Actores que mueren antes del estreno, explosiones imprevistas, incendios que devoran sets enteros… La prensa bautizó estos incidentes como “rodajes malditos”, una etiqueta que mezcla datos verídicos y rumores hasta crear un mito tan poderoso como la película misma.
Hablar de maldiciones en la industria implica moverse en una línea delicada, porque hay víctimas reales y familias que cargan con el duelo, pero también un público que se alimenta de la narrativa sobrenatural. Veamos algunos de los casos más citados de la “maldición del cine”, con fuentes contrastadas, declaraciones oficiales y la sombra inevitable de la superstición. El objetivo no es glorificar la tragedia, sino comprender por qué ciertas películas acumulan accidentes y por qué, décadas después, continúan generando escalofríos.
“La profecía” (1976): anuncios en el cielo y rachas de infortunios
El ciclo más famoso arranca con la cinta de Richard Donner sobre un niño destinado a ser el Anticristo. La producción sufrió sucesos que la prensa británica calificó de “premoniciones satánicas”. El avión que trasladaba al protagonista Gregory Peck a Londres fue alcanzado por un rayo; días más tarde, el productor ejecutivo Mace Neufeld volaba en un aparato que también sufrió una descarga eléctrica sobre el Atlántico. La probabilidad estadística de dos impactos en vuelos comerciales distintos y en tan corto intervalo resulta baja, aunque no imposible.
Peck, además, canceló de último minuto otra reserva aérea de un jet privado que posteriormente se estrelló durante el despegue, causando varias víctimas. Como si la atmósfera no fuese lo bastante tensa, un técnico de efectos especiales murió en un accidente automovilístico al finalizar el rodaje de la secuela. Los tabloides escribieron titulares sobre “la mano del demonio”, ignorando variables de seguridad vial y la elevada carga laboral típica en un proyecto de alto presupuesto. Para el historiador de cine John Kenneth Muir, la sobreexposición mediática convirtió incidentes dispersos en un relato lineal, reforzando el aura maldita que acompaña a la saga hasta hoy.
“El exorcista” (1973): fuego, reemplazos y un set exorcizado
Tres años antes, William Friedkin rodaba la adaptación de la novela de William Peter Blatty. En pleno verano neoyorquino, un cortocircuito provocó el incendio del set de la casa MacNeil, deteniendo la producción por seis semanas y duplicando costos. La habitación donde Regan sería exorcizada quedó intacta; el resto se consumió. La aseguradora dictaminó fallo eléctrico, pero el equipo empezó a hablar de “presencias” que protegían la estancia más siniestra del guion.
Seis actores secundarios fallecieron antes del estreno, entre ellos Jack MacGowran (Burke Dennings) y Vasiliki Maliaros (la madre del padre Karras). Friedkin, accedió a que un sacerdote jesuita bendijera el set después del incendio, convencido de que su equipo necesitaba tranquilidad psicológica más que protección sobrenatural. El rodaje terminó con presupuesto inflado y un elenco exhausto, pero el film se convirtió en fenómeno global. Estudios académicos posteriores señalan la combinación de largas jornadas, ruido mediático y la oscuridad temática como factores de estrés que magnificaron cada accidente, alimentando el imaginario de “una película poseída”.
“Poltergeist” (1982‑1988): huesos humanos y muertes prematuras
La trilogía producida por Steven Spielberg arrastra quizás la reputación más oscura de los rodajes malditos. Heather O’Rourke, la niña que pronuncia “They’re here!”, murió en 1988 por un shock séptico, a los doce años. Dominique Dunne (su hermana mayor en la primera entrega) fue asesinada por su exnovio meses después del estreno. Julian Beck, quien interpretó al escalofriante reverendo Kane, falleció de cáncer durante la postproducción de la segunda parte, y Will Sampson, el chamán de la secuela, murió por complicaciones postquirúrgicas un año después.
Se difundió que el equipo usó esqueletos humanos reales para la escena de piscina fangosa en la película original. El director Tobe Hooper confirmó que, efectivamente, los cráneos eran auténticos porque era más barato obtener restos cadavéricos que fabricar réplicas en 1982. El dato sirvió para cimentar la narrativa de profanación y castigo. Expertos en criminología advierten que manipular restos no implica maldición alguna, pero sí un choque ético que suscitó protestas de asociaciones forenses y reavivó el cuento vengativo de “muertos perturbados”.
“Twilight Zone: The Movie” (1983): la tragedia que cambió las leyes
Dirigido por John Landis y Steven Spielberg, el rodaje de esta antología vivió la peor catástrofe decisiva de la historia de Hollywood moderno. Durante una escena bélica con helicóptero y pirotecnia, una explosión fuera de tiempo desestabilizó el aparato, que cayó sobre el actor Vic Morrow y dos niños vietnamitas contratados irregularmente. Los tres murieron decapitados por las aspas. El accidente desencadenó el primer proceso penal contra un cineasta por homicidio involuntario en EE. UU. Landis y los productores fueron absueltos, pero la industria implementó regulaciones estrictas sobre menores en rodajes nocturnos y uso de efectos explosivos. No es casual que, tras el veredicto, medios empezaran a hablar de “maldición” cada vez que una filmación acumulaba percances.
“The Crow” (1993): munición fantasma, luto y simbolismo
El 31 de marzo de 1993, Brandon Lee —hijo del legendario Bruce Lee— recibió un disparo mortal de un revólver que debía estar cargado con balas de salva. Una obstrucción de proyectil en el cañón convirtió la descarga inerte en un fragmento letal. Investigaciones oficiales confirmaron negligencia al reutilizar el arma y munición casera en lugar de cartuchos de fogueo nuevos. El rodaje se detuvo, la prensa tituló “La maldición del dragón continúa” y los paralelismos con la muerte de su padre (también en circunstancias inusuales) alimentaron teorías de conspiración.
La película se completó con dobles y efectos digitales debutantes en la época, y se estrenó con éxito póstumo. Desde entonces, cualquier producción con un accidente fatal remite a The Crow. En 2021, ocurrió una tragedia durante la grabación de la película independiente Rust, donde la directora de fotografía Halyna Hutchins murió por un arma que debería apuntar a la cámara en la escena prevista.
Cómo nace una maldición
Todas estas producciones comparten elementos que, combinados, generan la percepción de un hechizo mortal:
Primero, temática oscura. Historias de posesiones, satanismo o venganza parecen atraer accidentes a la imaginación popular. Cuando el contenido es benigno, una desgracia se ve como incidente aislado; si la trama es diabólica, se interpreta como causa de lo narrado.
Segundo, cobertura mediática intensiva. Un accidente verdadero alimenta titulares durante meses. Cada percance menor posterior, desde fracturas hasta incendios eléctricos, se agrega a la lista maldita, aunque en otra película pasaría inadvertido.
Tercero, estrés extremo en el set. Presupuestos que se disparan, calendarios nocturnos y efectos prácticos peligrosos incrementan la probabilidad de fallos técnicos. Los proveedores de seguros de Hollywood reconocen que rodajes de terror y acción requieren primas de seguro mayores por su carga de riesgo.
Cuarto, sesgo de confirmación. Una vez instalada la idea de maldición, toda coincidencia refuerza la narrativa .
El psicólogo Phil Zimbardo clasificó las creencias en maldiciones cinematográficas como un ejemplo de contagio social, la expectación ansiosa se difunde de miembro a miembro en un equipo cerrado. Estudios de la Universidad de Toronto sobre “ruido emocional” en ambientes laborales peligrosos hallaron que la sugestión incrementa la tasa de errores humanos en un 12 % bajo condiciones de cansancio y oscuridad. Un operario que cree haber visto un “presagio” es más propenso a cometer descuidos.
En paralelo, investigadores de la Universidad de Maastricht documentaron cómo la sobreexposición a narrativas de terror —scripts, storyboards, pruebas de sonido— eleva los niveles de cortisol. Al dormir menos y filmar de noche, la corteza prefrontal se fatiga, afectando la toma de decisiones. Así, lo que se etiqueta como “fuerzas invisibles” puede ser resultado acumulativo de estrés físico y mental mal gestionado.
Pero… ¿y si queda algo sin explicar?
Con todo y estas explicaciones lógicas, hay incidentes que superan la estadística habitual. El rayo doble de Gregory Peck y Mace Neufeld, la cadena de muertes en Poltergeist, o el descuido fatal que mató a Brandon Lee convierten a estos filmes en reflejos de algo más oscuro, "la necesidad humana de dotar de significado al azar".
Para los estudiosos de la sincronicidad, como Jung y Pauli, el enlace de sucesos alrededor de un símbolo potente —el diablo, la venganza espectral, o la profanación de tumbas— actúan como imán psíquico. No prueba lo sobrenatural, pero sugiere que el símbolo opera también en el reino de la probabilidad.
El celuloide y sus sombras
“El cine es un arte exaltado que huele a pegamento, sudor y mitos”, escribió Guillermo del Toro. Las maldiciones que rodean ciertos rodajes son, en parte, reflejo de esa alquimia industrial donde luces y fantasmas comparten set. Al final, cada espectador decide si ve un cúmulo de riesgos mal administrados o la huella de algo inexplicable que se filtra cuando la ficción toca temas demasiado profundos.
Tal vez la verdadera maldición sea olvidar que, tras la pantalla, hay vidas reales. Y quizás el verdadero misterio sea por qué, a pesar de saberlo, seguimos anhelando historias de películas embrujadas. El miedo bien contado, como esas luces que parpadean en un estudio vacío, nos hace pensar que aún quedan zonas oscuras en la fábrica de ilusiones… y en nosotros mismos.
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